miércoles, 1 de diciembre de 2010

Invierno (I)


Los días cálidos habían llegado a su fin. La ciudad amaneció sitiada por cielos grises y ráfagas de viento helado recorrían sus calles amedrentando a los pocos que se atrevieran a poner un pie fuera. La brusquedad del cambio de clima produjo un efectivo toque de queda. Una figura recorría las calles con paso tranquilo, parecía que no se percataba del clima que le rodeaba. Aquí y allá se detenía para observar algún detalle en la construcción, el columpiarse de algún árbol, o una grieta en el suelo. A todas apariencias era ajeno al clima que le rodeaba.

Hace un par de semanas terminó una relación que había durado años. No había sido una mala relación, pero tampoco hubiera llegado a ningún lado. Ella quería un mayor compromiso y él en definitiva no quería arruinar la vida de ella. No había amor, había complacencia y había comodidad, pero no amor. Ella decía que eso era amor. Seguridad y confiabilidad. Un ingreso seguro, un techo y una persona con la quién compartir los ratos fuera de la oficina. El día llegó en el que él se percató que no tenía ninguna ilusión en la vida. Tenía su trabajo, tenía su pareja y nada más. Decidió deshacerse de ambos.

En la oficina presentó su renuncia definitiva e irrevocable con efecto al final de ese día. Su jefe lo acosó toda la jornada con inquisitivas preguntas sobre el motivo de su renuncia. Estaba seguro de que la competencia le había hecho un gordo ofrecimiento así que le recordó que había firmado una carta de confidencialidad. Sus colegas tenían tanto trabajo acumulado que ni siquiera se percataron de que se iba uno de los suyos, excepto aquellos que le maldijeron  porque tenían que absorber el trabajo que él realizaba.

Esa misma noche terminó con su relación. Aquella que se decía su novia, se enfureció porque él le ocasionó un sinfín de problemas que resolver: tendría que pagar ella sola la renta, que haría con las fotos de ambos, que le diría a sus familiares y amigos, tendría que hacer los quehaceres sin ayuda, etcétera. Lo que a él más le dolió fue que ella en ningún momento le preguntó el por qué, esa noche durmió en el cuarto para huéspedes. A la mañana siguiente despertó para encontrar una nota de su exnovia, en la cual le informaba que no iba a regresar, se había llevado todas sus cosas y no creía justo tener que encargarse del departamento así que se lo dejaba.

Con un suspiro de alivio y resignación, se preparó un café y buscó en la libreta telefónica el número del arrendador. Le tomó una hora por teléfono arreglarse con el propietario del departamento, se iba a quedar el resto del mes y el siguiente lo desocupaba. El arrendador se iba a quedar con el depósito del departamento a cambio de deshacerse de los muebles, lo cual de seguro significaba que de aquel momento en adelante iba a cobrar una renta más cara por ser un departamento amueblado. Pero eso no era su problema, a él le interesaba deshacerse de su vieja vida y si alguien más podía sacar provecho de ello, pues bien venido.

Terminó su taza de café, lavó la taza y la puso en el escurridor. Salió del departamento, teniendo cuidado en cerrar con los tres cerrojos que su exnovia había exigido tiempo atrás. Al llegar a la banqueta tomó las llaves del departamento entre los dedos pulgar e índice y con una sonrisa en el rostro las dejó caer en la alcantarilla.

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