martes, 7 de diciembre de 2010

Invierno (V)

lemons. by =PeanutToTheButter
El pueblo, mejor descrito como un tubérculo de civilización en la campiña, había visto su crecimiento limitado por dos accidentes; uno natural y el otro artificial. Lo más que había podido crecer hacía el lago eran veinte metros de muelle flotante en el cual habían amarrados botes de pesca. Las vías del tren, aunque un obstáculo menor, presentaron la segunda frontera dado que nadie quiso construir sin tener vista al lago. Así el pueblo se conformó de ocho edificios austeros con una pequeña calle adoquinada que formaba un malecón entre la civilización y el agua. 

A lo largo del pueblo, los dos edificios limítrofes eran la estación del tren y la escuela. Los únicos edificios que cumplían una sola función eran el pequeño hotel de dos plantas y el ayuntamiento, todos los demás edificios tenían en la planta baja establecimientos y en los demás pisos las residencias de sus pobladores. De hecho la estación de bomberos, la policía y la pequeña clínica compartían dos vehículos y un garaje.

Durante las dos semanas que él pasó en aquel pueblo salió a pescar lobina con el dueño de la tienda de víveres en tres ocasiones. Cuatro días bebió cerveza al final del día con el mecánico del pueblo en la cafetería del hotel, ya que no había bar en el pueblo. Y fue víctima del coqueteo de la hija del dueño del hotel; una dama de treinta años que mantenía firme convicción en encontrar partido en los visitantes ocasionales de éste rincón del mundo. Era un pueblo amistoso con los desconocidos, no había muchos ingresos, y el turismo era bienvenido. Con excepción de la hija del dueño del hotel, se respetaba la privacidad de los visitantes y él no fue la excepción.

El día llegó en que al despertar el cuarto del hotel le produjo una sensación de familiaridad. Sin pensarlo dos veces saldó su cuenta en la recepción después del desayuno, esquivó por última vez los avances de la recepcionista y se dirigió a la estación del tren. El tren no pasaría en dirección a la ciudad hasta un día después, lo cual era inaceptable para él. Aquel viaje era eso, un viaje, no una espera, así que en la tienda compró una mochila, ropa para el frio, alimentos y se puso en camino a la ciudad siguiendo las vías del tren en dirección a la ciudad.

Caminaba con paso ligero por la pequeña carretera que iba paralela a las vías del tren. El paisaje se le presentó muy lindo durante la primera hora, pero se fue tornando aburrido en la medida en que pasaba el tiempo, por más que él avanzaba se mantenía igual. Su atención pasó entonces del paisaje al clima, a medida que avanzaban los días, el sol calentaba menos. Definitivamente tendrían un invierno prematuro – pensó y apretó el paso para entrar en calor más rápido. Estaba seguro que el día anterior había sido más cálido. Rato más tarde observó que también uno puede pensar en el clima hasta cierto punto, centró su atención en su situación.

Lo que fuese que había perdido, razonó, lo había perdido en la ciudad y era allí dónde tendría que encontrarlo. La campiña había sido una buena idea, le brindó un muy necesitado respiro de sí, no obstante jamás iba a encontrar lo que había perdido alejándose del lugar dónde lo perdió. Sería como buscar las llaves del auto en la casa del vecino. El resto del trayecto fue un constante brincar de su atención de un tema a otro, regresando de vez en vez al paisaje, al cada vez más gélido clima y a su situación.

Agotado y helado hasta los huesos llegó a la ciudad durante la madrugada. Cielos grises y ráfagas de viento helado recorrían sus calles amedrentando a los pocos que como él se exponían al exterior. En su cansancio recorrió las calles con paso tranquilo, su cuerpo helado sin embargo fue invadido por una sensación de calidez al saberse en casa. Aquí y allá se detuvo para observar algún detalle en la construcción, el columpiarse de algún árbol, o una grieta en el suelo.

Caminó hasta que su cuerpo no pudo más, y se halló en medio de un barrio residencial pobre donde no se veían parques, ni hoteles. Se dirigió al refugio más cercano que encontró, un viejo puente que pasaba por encima de las vías del tren. Luchando contra el frio y el cansancio juntó pedazos de cartón y periódico que habían sido depositados allí por el viento. Confeccionó una pequeña madriguera en el recoveco que formaba la unión del puente con el suelo y se acurrucó lo mejor que pudo.

Dormir repondría sus energías. Sí, también le ayudaría a entrar en calor. Al despertar continuaría su búsqueda en la ciudad, después de un baño caliente en el primer hotel que encontrase. Sintió que los temblores de su cuerpo disminuyeron a medida que el sueño le arrebataba de aquella fría madrugada, el último pensamiento que tuvo fue: “Si tan sólo hubiera podido taparme los pies descansaría mucho mejor”.

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