martes, 21 de diciembre de 2010

III - Abadía


Megistopolis era un oasis en medio del desierto de la noche. Los miles de faroles mágicos que a duras penas alcanzaban a iluminar sus calles, sumaban sus tenues brillos para hacer que desde aquella distancia la ciudad se impusiera, emergiera de entre las sombras. Enon aprovechó la pausa y replanteó sus opciones: El mago perro le había dicho que fuera a la abadía de Esperantino el Bondadoso, que allí esperara a ser contactado por él y por sus padres. Que no caminara sobre las carreteras, sino un poco separado de estas y que si veía alguna partida de oficiales de Megistopolis se ocultara en la hierba o algún accidente geográfico.


Suponiendo que se realizara una búsqueda exhaustiva, como había demasiado terreno por cubrir para pretender localizarlo por la magia, El Concilio de Trimegisto estaba obligado a recurrir a las patrullas terrestres y Enon debía evitarlas a cualquier costa. Al amanecer, de no ser encontrado el fugitivo, añadirían a las partidas de búsqueda la patrulla aérea, y de no estar en la abadía para entonces, estaría en aprietos.

Allí coronando la colina, Enon observó su ciudad como era en realidad. Él siempre creyó que era una fabulosa ciudad, llena de maravillas y posibilidades, sin embargo era más como una joya de las historias que los bardos cuentan en las tabernas. Una joya de gran valor y belleza alrededor de la cual giran tramas y maquinaciones lúgubres por poseerla, y ahora él, un simple mago de las castas inferiores se veía arrastrado a quién sabe qué y huía de algún peligro desconocido. Su única oportunidad, según le dijo el mago perro era llegar antes del amanecer a la abadía de Esperantino el Bondadoso, preguntar por el Hermano Teiscora, solicitar asilo y esperar a que el mago perro le contactara.

No había coyuntura del cuerpo que no le doliera, la vida en la ciudad aún para los pobres era bastante sedentaria y no estaba acostumbrado a caminar con pazo forzado por tanto tiempo. En otras circunstancias en se tumbaría sobre la hierba a dormir sin siquiera tender campamento o manta, pero otro efecto de los eventos del día había sido la ausencia de sueño. La mente de Enon no podía dejar de dar vueltas a la desaparición de Helix, al mago perro, al contenido de la parcela sellada con cera, el sombrero y sus padres. De una u otra forma todo estaba relacionado más allá de lo que el mago perro le informaron, por más que revivía los acontecimientos de día, repetía cada conversación palabra por palabra y viajaba en los eventos hacia atrás, días y meses. No lograba encontrar un hilo que lo uniera todo.

Al final se dio por vencido y llegó a la conclusión de que no poseía información suficiente para llegar al fondo del asunto. No obstante mantener aquel ejercicio mental le distraía de concentrarse en el dolor de su cuerpo, en el cansancio y el frio, así que mantuvo el tren de pensamiento alrededor de su desgracia a pesar del tropezón ocasional por no poner suficiente atención en el camino. Cerca del amanecer tuvo que abandonar sus pensamientos para evocar toda su fuerza al trayecto, estaba a punto del colapso. En tres ocasiones estuvo a punto de tumbarse de rodillas a llorar cuando al coronar una colina no veía señal alguna de que la abadía de Esperantino estuviese cerca. Una cuarta vez pudo más que él, no se tumbó en el suelo, pero comenzó a llorar mientras caminaba.

Con las mangas de su túnica empapadas en lágrimas y mocos, coronó el quinto monte y divisó la abadía en la cima del monte siguiente. Corrió tan rápido cómo su agotado cuerpo se lo permitió, en su mente no hubo espacio para Megistopolis ni para el Concilio de Trimegisto, lo único que le importó fue llegar a un lugar donde pudiera resguardarse del clima y a lo mejor recibir un poco de alimento caliente.

Tanto fue el correr por inercia que al llegar a la abadía de Esperantino el Bondadoso, Enon no supo cómo decirle a sus pies que se detuvieran y estampó todo su cuerpo en la gruesa puerta de madera. El monje sobresaltado que abrió la puerta observó al extraño inconsciente frente a la puerta y al ver el chichón que tenía en la frente y un poco de sangre salir por la nariz dedujo inmediatamente que el sujeto había caído de bruces sobre la puerta y por eso el ruido, las heridas y la inconsciencia del sujeto. La realidad es que la inconsciencia se había apoderado del mago hace media colina.

El monje observó en la distancia por alguna señal que le indicara si había más viajeros o alguna mula que hubiera servido de transporte al desfallecido. Al no ver señal de ninguno miró de nuevo al desanimado, era un mago y venía solo, eso no podía ser del todo bueno. Había una larga historia de fricciones entre el clero y el concilio: iban desde disputas enardecidas en las cortes hasta desapariciones y muertes naturales sospechosas. Pero afuera estaba haciendo un frío de los mil demonios y el tipo no tenía pinta de despertar pronto, después de todo él era un hermano de la orden de Esperantino el Bondadoso, frotó sus manos para desentumirlas y arrastró al mago hacia el interior de la cocina.

3 comentarios:

  1. Muy bueno... Me quedo con ganas de más. Un honor que le hayas puesto palabras a mi foto. No sólo no me importa que la hayas cogido para tu blog, sino que me gusta. Si deseas pillar alguna más para esto, hazlo, pero por favor, házmelo saber, Eh?
    Un saludo.
    Buri65

    ResponderEliminar
  2. Yo también me quedo con ganas de más. No quiero que termine Enon. No quiero que dejes nunca de contarme historias. T amo...

    ResponderEliminar
  3. :)Una buena lectura es siempre el complemento perfecto para un buen invierno.
    Abrazos congelados...

    ResponderEliminar