lunes, 6 de diciembre de 2010

Invierno (IV)


La ciudad siguió sufriendo el subir y bajar repentinos de la temperatura. Ráfagas de viento bienintencionadas helaban los huesos de todos los seres vivos que allí residían. En resumen, la ciudad seguía siendo víctima de las buenas intenciones de Invierno. Por cada ser vivo que rescataba, perdía otro, y en cada caso la temperatura daba un brinco súbito. Ya fuera para mal si no alcanzaba a lograr su cometido o para bien si se daba el caso en que rescataba a una víctima.

Cada vez que entraba en un nuevo lugar, o daba la vuelta en una esquina, y veía a Muerte, sabía que había llegado demasiado tarde y salía corriendo en dirección a la siguiente víctima. Sin embargo, se angustiaba cada que estaba por llegar a con el ser necesitado en cuestión y no veía a su coetáneo, eso significaba que había llegado antes que él y que iba a poder ayudar, o que Muerte ya se había ido de allí y entonces ella estaba en desventaja.

Cansada y agobiada, Invierno dejó de poner atención a dónde se dirigía. Muchas de las veces las mismas brisas la jalaban y empujaban para esquivar un poste, un charco o un agujero. La diosa estaba dispuesta a la merced de sus súbditas, quienes gustosas seguían aquel juego, y concentraba las pocas energías que le quedaban en los sobrevivientes.

Debajo de un puente Invierno encontró a Muerte recargado contra uno de los pilares. Tenía la cabeza baja, los brazos cruzadas y se sostenía con un pie mientras que el otro estaba apoyado sobre el pilar. Frente a él un recoveco formado por la unión del puente con el suelo. Un par de tenis se asomaban por debajo de un montón de periódicos y cartones. Invierno sintió un nuevo golpe de decepción y dio media vuelta. “¡Espera!” Le ordenó una voz que no era la de Muerte.

Detrás del pilar surgió un joven que a toda apariencia no podría tener más de diecinueve años. Tenis converse con las agujetas desabrochadas, pantalón de mezclilla deslavado roto en las rodillas, una playera gris desfajada y unos lentes de vista redondos. Tenía el pelo corto y completamente despeinado, acentuando sus facciones angulosas. En las manos sostenía una tableta delgada que emitía una luz por una de sus caras.

“Espera un momento por favor, el puente crea interferencia” – Dijo el joven y se volvió a ir del otro lado del puente. Invierno observó inquisitiva a Muerte, éste hiso una mueca de consternación a la diosa. “De veras debes estar agotada para no reconocer a uno de los nuestros, por qué no te das de una vez por vencida y me dejas hacer mi trabajo. Así le ahorramos a Destino la molestia de estar aquí y tú te vas a tomar un baño de agua helada y un merecido descanso”. La baja en la temperatura alrededor de Invierno fue tan abrupta que pedazos de piedra se resquebrajaron. Dirigió una mirada helada a Muerte y dijo: “No me importa lo que pienses, yo seguiré haciendo lo que considere correcto y ni tú, ni Destino me van a detener. Además, la última vez que lo vi, llevaba el cuerpo de un anciano, un gigantesco libro y fue en un monasterio franciscano.”

Invierno avanzó hacia el montón de periódicos dónde se asomaban los pies del siguiente necesitado, pero Muerte se interpuso en su camino. “Yo llegué antes que tú y por consiguiente que me pertenece. Te esperé sólo a solicitud de Destino, cálmate y esperemos a ver qué es lo que tiene que decirnos”. El peso del día cayó de golpe sobre Invierno pero como su orgullo le impidió romper en llanto frente a Muerte, apretó sus manos tan fuerte que sus uñas se resquebrajaron en su gélida piel y se plantó con firmeza frente a él. La única señal de vulnerabilidad que se escapó fue una lágrima que contenía toda la pena por aquellos que no había podido salvar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario