viernes, 21 de enero de 2011

IV - Resguardo

Hooded by Mensaman @ deviantart
Enon soñaba con su infancia, en específico con las golpizas campales que los niños de su barrio se propinaban cuando no se ponían de acuerdo en que equipo debía tener primero la pelota. En sus sueños, un niño lo había tomado por la nuca con el brazo y le frotaba los nudillos en la cabeza. Lo extraño era que el dolor no se limitaba a la cabeza como era su experiencia, sino que le recorría todo el cuerpo. En su sueño otro niño dijo un vozarrón que no correspondía a su pequeña figura “Se está moviendo, corre y calienta la sopa”. Comenzó a luchar con quién lo sujetaba por la nuca, podían matarlo, pero darle sopa jamás, su madre era la única persona que podía lograr que diera unos sorbos. La escena se congeló, su madre, su padre, despertó de golpe.

Lo primero que vio fue un ropero enorme envuelto en una túnica marrón, parpadeo un par de veces para enfocar mejor su vista y observó que el ropero en cuestión era un monje de dimensiones exageradas. El cuello era tenía casi el mismo grosor que la cabeza, cuyo rasgo más prominente era una gran nariz achatada con el tabique fracturado en diversas partes. Los pómulos también estaban muy hinchados y los ojos rodeados por cejas cruzadas por cicatrices. Enon intentó levantarse, pero el monje se lo impidió posando una mano sobre el hechicero que cubrió la mayor parte de su pecho. Con la misma voz que le despertó dijo “Has dormido por todo un día, si te pones de pie caerás y entonces sí te harás daño. Descansa y espera a que te traigan algo que comer. Mi nombre es Mac, si me necesitas llámame, si no, volveré pronto.” Dio media vuelta y dirigió su atención hacia otro lado.

Hasta entonces Enon se percató que se encontraba en un gran cuarto donde habían otras tres camas paralelas a la él. Al extremo derecho había una gran vitrina con frascos y jarras y un gran escritorio. Frente a él había un par de bancas y un gran símbolo de Esperantino El Bondadoso, en las bancas estaban sentados dos monjes un poco más pequeños que Mac, uno de ellos sostenía lo que parecía un pedazo de carne de res sobre el ojo derecho, el otro sostenía una vasija de barro. “Quítate esa cosa del ojo” le espetó Mac “cuántas veces tengo que decirles que primero tengo que checar para ver que no haya ninguna herida, de lo contrario pueden terminar como Teral”. Ambos monjes palidecieron y dejaron de sonreír, el monje removió el pedazo de carne al instante y dejo al descubierto un ojo apenas visible entre la hinchazón y sangre. Mac sacó de la vasija que sostenía el otro un pedazo de tela empapado, lo exprimió y limpió el ojo del monje con suma delicadeza.

Un muchacho en plenos años púberes entró al cuarto cargando una tabla de madera con un plato hondo,  un vaso y un gran pedazo de pan. Puso la charola en la cama contigua a Enon y sin decir palabra le ayudó a que se sentara. Acto seguido colocó la rústica charola en las piernas de Enon y salió corriendo, el plato olía a delicioso caldo de pollo, el vaso tenía leche y la hogaza se veía lo suficientemente dura como para construir edificios. En ese momento la voz de Mac retumbó en la habitación “¡Listo! En esta ocasión tan sólo es un golpe, la próxima vez tengan más cuidado o de lo contrario me harán enfadar, en especial si llegan con un pedazo de carne en la cara antes de que yo lo autorice.” Despachó a los dos monjes y regresó su atención a Enon.

“¿Qué esperas para comenzar a comer? No hagas que me arrepienta de haber cuidado de ti por un día entero.” Frunció las cejas en gesto amenazador. Enon se dio de lleno a la tarea de comer, la rústica comida le recordó a su recién abandonado hogar, sus preguntas tendrían que esperar, el monje se limitó a observarlo con detenimiento. Cuando el convaleciente terminó de comer, Mac verificó que tanto el plato como el vaso estuvieran completamente vacíos, colocó la charola en el escritorio y sin mayor preámbulo dijo: “Vienes de la ciudad, eres un mago, en apariencia uno de origen humilde, si llegaste aquí es porque tienes mucha suerte o vienes buscando al Hermano Teiscora.” Enon asintió con la cabeza, suspiró y le contó su historia a Mac, deteniéndose de vez en cuando para limpiar las lágrimas y la nariz.

“Deja veo si comprendí”, comentó Mac una vez terminada la historia de Enon, “¿Tomaste la palabra de un mago desconocido por encima de los magos que te gobiernan,  tomaste en resguardo un paquete que podría contener cualquier cosa y huiste buscando refugio en una organización que desconfía de tu gente teniendo como única referencia un monje que murió hace diez años por envenenamiento?” Enon bajó la mirada y asintió con timidez.

Las carcajadas de Mac retumbaron en el comedor ahogando la risa de todos los demás monjes. Enon estaba sentado entre Mac y Teiscora quién le daba unas palmadas en la espalda mientras le decía: “Disculpa al hermano Mac, de todos nosotros, él es quién tiene mayor responsabilidad y en ocasiones busca formas poco convencionales de desahogar su estrés.” Enon se sentía confundido, tenía la concepción de que los monjes eran personas serias y solemnes, y los habían regordetes o desnutridos, pero estos rompían todos estos estereotipos. El vozarrón de Mac volvió a hacerse oír en el salón: “Hubieran visto su cara cuando le dije que no confundiera la bondad con la estupidez, que era un mago espía y que íbamos a tener que lapidarlo ya que por misericordia no podíamos quemarlo en leña verde.” Todos rompieron en carcajadas, Enon sintió como se sonrojaba, Mac tomó la botella de vino y rellenó el vaso del mago, “este trago va por Enon, quién me hiso el día y que Esperantino El Bondadoso perdone mi chascarrillo”. Todos los monjes levantaron sus vasos y bebieron.

En un punto, Mac comenzó a repetirse y a contar una y otra vez los sucesos del día, el hermano Teiscora le hiso una seña a Enon para que lo siguiera. Aprovecharon que varios hermanos se ponían de pie para salir del comedor. “Qué Esperantino El Bondadoso tenga en bien al hermano que no alcance a huir de Mac.” Teiscora se detuvo en un brasero fuera del comedor, tomó una linterna que colgaba de este, encendió el mechero y guió a Enon por un oscuro y frio pasillo en silencio. Entraron en una celda bastante que contenía una pequeña cama, un taburete y una silla, el muchacho que le había llevado el caldo de pollo estaba en la celda llenando de agua los enseres necesarios para el aseo personal. Sin decir palabra hiso una reverencia con la cabeza y salió de la habitación.

Teiscora se sentó en la silla y le indicó a Enon que se sentara en la cama, su delgada figura contrastaba con aquella de los demás hermanos, pero su porte indicaba todo menos flaqueza. Con voz gentil pero resuelta comentó: “Si el mago que te asistió no reveló su nombre, tengo que respetar su decisión, basta con que sepas que es de fiar y que aquí Megistópolis no tiene ninguna autoridad. Eres bienvenido y encontrarás el asilo que buscas, siempre y cuando trabajes por él; la única condición es que la magia está prohibida, todo lo que hacemos lo hacemos con gusto y con el sudor de nuestra frente.” Guardó silencio por unos momentos, como midiendo al mago y continuó “encontrarás que algunas de nuestras costumbres son ajenas a tu estilo de vida, no tienes que atenerte a ellas a menos que decidas hacer tu estancia permanente y vestir la toga de Esperantino El Bondadoso, invitación que está abierta a todos sin importar su origen. No quiero abrumarte con horarios y tareas por hacer, por el momento te aviso que el desayuno se sirve a las ocho de la mañana, si no llegas a tiempo al comedor tendrás que aguantar el hambre hasta medio día el muchacho vendrá a tocar la puerta a las siete.” El hermano se puso de pie, Enon le agradeció su hospitalidad y atenciones y le deseó una buena noche.

El sueño no tardó en vencer a Enon. A pesar de haber dormido un día seguido, las emociones del día le habían dejado agotado. Su último pensamiento aquella noche fue hacia sus padres, les deseo una buena noche y esperó tener noticias de ellos pronto. Después un sueño extraño le invadió, no fue una pesadilla, fue un sueño lleno de aventura donde había un demonio en forma de un gran ropera que reía con el estruendo del trueno, unos perros que le lanzaban hechizos desde lo alto de una torre y él tenía que correr y correr y correr para huir de todos ellos; un joven corría a su lado y le decía algo, algo que él no podía escuchar por el estrépito. 

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