Abrió los ojos y observó el techo de la habitación: blanco, tiroleado, una mancha de humedad en la esquina recuerdo de una temporada de lluvias ya pasada, una telaraña aquí y otra allá. A pesar de dormir en esa cama, en ese cuarto, llevaba mucho tiempo sin ver aquel techo. Entonces recordó por qué. Dio un brinco en la cama y tomó su celular. No lo creía posible, eran las ocho de la mañana, checó llamadas perdidas pero no había ninguna. ¿Era posible? ¿En el trabajo lo habían dejado dormir toda una noche? ¿No se había presentado ninguna urgencia, accidente, contratiempo o nimiedad cualquiera que hubiera requerido su atención durante la noche? Corrió al taburete donde se encontraba el teléfono de su casa y checó los recados de la contestadora. No había ninguno.
Fue a la cocina y se encontró con que su esposa e hijos ya no estaban. Por la hora debían de estar camino a la escuela. Sobre la mesa, platos ya fríos y a medio terminar de huevo revuelto con pan tostado. Vasos de leche vacíos con el sedimento de chocolate en el fondo. En ese momento se percató de que en su vida, jamás había sabido de un chocolate que se disolviera por completo. Desde que era niño y su abuela le preparaba el típico chocolate casero, siempre había al fondo del vaso un sedimento de chocolate. Años después con la invasión de la modernidad en todos los aspectos de la cotidaneidad, las modernas marcas de chocolate seguían dejando un sedimento al fondo del vaso.
Se preparó una taza de café y la llevó a su cuarto. Con toda calma seleccionó la ropa que iba a vestir aquel día. Un lujo que rara vez podía darse, por lo regular tenía que vestirse con lo primero que encontrara en el closet pues una emergencia u otra del trabajo requería su inmediata presencia. Pero no ese día. Además la fortuna le sonreía aquel lunes, pues tenía inspección de la Comisión Naviera Internacional. Según el ofició recibido irían a corroborar el “cumplimiento de las exigencias internacionales mínimas con respecto a la seguridad y los aspectos ambientales y sociales” y mil puntos más. En el puerto todo iba bien, así que sólo restaba ir bien vestido e impresionarlos.
Salió de la regadera, por una vez se pudo bañar hasta que el agua dejó de salir caliente. Observó en el espejo las, cada vez más marcadas, líneas de expresión y pensó “espero que con esta inspección al fin me promuevan, mi cara cada vez está menos acostumbrada a sonreír”. Se rasuró con meticuloso cuidado, cortó los vellos que asomaban por la nariz y se puso su mejor loción. Antes de vestirse volvió a checar su teléfono celular, por una vez todo debía de marchar de maravilla, pues aún no le llamaban.
Se detuvo ante el espejo para corroborar que no hubiera ninguna mancha ni arruga en sus prendas. Conforme, práctico un par de sonrisas y saludos. Quería verse lo más natural posible. Agradar, esa era la clave. Si a los inspectores les agradaba y la inspección marchaba bien, la promoción estaba tan bien como dada. No había recibido llamadas aún, así que lo único que restara era agradar.
Manejó sin prisa, durante el camino al puerto escuchó un disco de Blues, un regalo de hace dos navidades de parte de sus hijos. No era muy afecto al disco, pero es ese día, que tenía el lujo de escuchar lo que quisiese, no deseó escuchar la radio y sus interminables comerciales. Así que buscó los discos que tenía en el coche y ese fue el único que encontró, así que Blues era lo que escuchó hasta el trabajo.
Se estacionó en el lugar que tenía asignado. Un buen lugar, justo a la sombra del edificio de Administración Portuaria, con sus quince pisos. Observó que en la sección de visitantes estaba una camioneta con el logotipo de la Comisión Naviera Internacional. En acto reflejo sonrió y practicó el saludo ensayado en el espejo. Sonrió para sus adentros. “Sí, el ascenso era suyo, sería una semana excepcional”.
Oh Dios, por un momento me remonté a hace unos anios y me creí en SUVI, con el radio en mano, sonando durante toda la noche y disfruté el placer que sintió el protagonista al saberse libre, al menos por unas horas, de las emergencias del trabajo.
ResponderEliminarAunque sentí un vértigo horrible cuando por fin llegó...optaré por imaginar que la foto del día no tiene que ver con la realidad que le esperaba porque me rehuso a ponerme en sus zapatos!!!!
Un abrazo! Me gustó muchísimo!!!!